Recién aterrizados desde Barcelona y con una sonrisa de
felicidad que no se me va a quitar en días. En efecto, ayer fue el día esperado,
desde hace un montón de semanas, para ver encima de unas tablas a una leyenda
de la talla de Kris Kristofferson. Era pues una ocasión casi única, diría yo,
ya que no creo (espero equivocarme) que este hombre con la edad que tiene, se
pase otra vez por nuestro país. Desde el mismo momento que se supe que el 17 de
septiembre era la fecha señalada para tener la posibilidad de verlo en carne y
hueso, me hice con un par de tickets sin dudarlo. Con permiso de George Thorogood
& The Destroyers, era la cita que no me podía perder bajo ningún concepto
en este 2013 y, gracias a Dios, todo ha salido a pedir de boca.
La verdad, es difícil poder transmitir las emociones que
han surgido en esta inolvidable velada en la sala Barts, un sitio acogedor para
disfrutar de bolos tan especiales como el de ayer noche. La acústica es
magnífica y el público que se congregó fue desde un principio respetuoso con la
propuesta tan íntima ofrecida por el artista. Kris se basta él sólo con su
magnífica voz, cascada por los excesos de tantos años, una guitarra acústica y armónica.
Indudablemente, todo arropado por su enorme carisma, personalidad y una ristra de clásicos que harían palidecer
a la mayoría de músicos de este negocio.
A veces no hacen falta ni súper-producciones, ni pantallas
gigantes, ni una hilera de Marshalls para atronarte los oídos y dejarte anonadado.
En este caso, todo fue austeridad, simplicidad, pero llevado a un grado de
magia que sólo los pocos elegidos son capaces de lograr y obviamente
Kristofferson es uno de ellos. En todo momento se palpaba la intensidad, la
pasión y la sensibilidad que desprendían
las cerca de treinta canciones que adornaron el set-list. La comunión entre Kris y su público fue
perfecta durante toda la noche.
Obviamente, lo más importante en esos casos es tener
canciones, o más bien clásicos, y aquí Kristofferson juega sobre seguro. Tener
la posibilidad de escuchar gemas de su propio sello como una escalofriante “For
the good times”, una emotiva “Me and
Bobby McGee”, un góspel de la talla de “Why me”, “Help me make it throught the
night” o esa maravilla llamada “Sunday morning coming down”, ya vale el precio
de la entrada. Encima, temas de última cosecha como “Closer to the bone”,
“Feeling mortal” o “From here to eternity”, no desentonan ni un ápice dentro de
esas maravillas antes citadas y que tantos músicos versionaron a lo largo de
tantos años.
Al finalizar el bolo de hora y tres cuartos, ovación de
gala y todo un privilegio haber podido estrecharle la mano a una leyenda se
semejante calibre. Una pena que al dirigirse a su autobús no se parase a firmar,
ya que su mano derecha estaba entablillada. Lógico por otra parte. Esperemos
que no sea nada grave y pueda proseguir con el resto de fechas por el
continente europeo. Eso sí, nos obsequió con una sonrisa de complicidad que ya
quisieran la mayoría de los mortales.
Gracias por todo y ojalá no sea la única vez que lo
podamos ver. Y que sea por muchos años, Mr. Kristofferson!